domingo, 19 de enero de 2014

¿ES NUESTRO HERMANO EL VECINO MÁS CERCANO?


Bejucal, Mayabeque, Cuba - Crecí escuchando la optimista frase de que el vecino más cercano es como un hermano. Supongo que tenga fuertes argumentos históricos la idea, como también tengo amplísimos ejemplos de todo lo contrario.
Para muchos la realidad que viven no les reporta ninguna experiencia al respecto. Es como si se dijeran: “el mundo comienza a partir de la acera de mi casa” y como si aseguraran: “esta es mi casa, mi vida y de los demás solo sabré cuando los necesite”.
He ahí el dilema: ¿somos o no somos vecinos?, ¿ser vecino es sinónimo de comadrear?, ¿es acaso un demérito ser respetuoso y exigir que el respeto nos sea devuelto en similar medida?
La vecindad, esa providencia que nos toca y a la que nos debemos por fuerza casi divina, no siempre podemos escogerla. ¿Será entonces que tengamos que asumir a la vecindad como a la familia? ¿Hay alguna ley que le dé derechos a los ajenos a nuestra morada a disponer qué hacer en ella sin nuestro consentimiento?

Las relaciones humanas, en general, son de lo más complicado que pueda suceder en los Universos conocidos o por conocer. Vecino es casi igual que colega de trabajo o de estudio, compañero de viaje en transporte público o de las colas para compras disímiles y hasta del disfrute en la playa o campismo, incluso de asistencia a servicios médicos.
Y es que en todos los casos donde se disponga un grupo de personas por x tiempo, habrá leyes inexorables para la convivencia. Oh! Palabra difícil, cuasi mala palabra. Algunos psicólogos comparan a la convivencia con la vida de perros y gatos juntos. Claro que hemos conocido a canes y felinos mejor llevados que a los propios humanos.
El respeto al derecho ajeno es la paz. Así dijo el prócer mexicano Benito Juárez. Muy bien por él y por todos los que toman como suyas tales palabras. Ese es el principio elemental de la coexistencia. No hay modo de obligar al otro a nada y, además, hacerlo sentir feliz.
Si me incomodan en mi propio terreno, si no se comprende que hay horarios para cada actividad y que no todos trabajamos a igual tiempo, si cada quien escucha la música favorita a todo volumen, en la competencia perdemos todos, pierde la belleza de la vida. Esa que bien pudiera tornarse menos agresiva, más solidaria, menos hipócrita, más realista. Pudiéramos tratar de ser más colaboradores y menos intrusos.
El paraíso, ese mundo que todos idealizamos de algún modo no necesita hadas madrinas, reyes magos, caballeros justicieros y cuentos de princesas encantadas. Necesita de todos y cada uno de nosotros por igual: del más escandaloso y solariego, del más apático y hermético, del que lo dice todo, del que lo acapara todo, para cuando no quede nada, ser quien disponga y del que entrega todo a cambio de nada, como si en verdad pudiera multiplicar panes y peces.
Los vecinos, ¡ay! Vecino, ¡cuánto quisiera que el diccionario llegara a calificar como sinónimas vecino y hermano! ¡Cuán saludable sería que esos hermanos no fueran los bíblicos Abel y Caín!

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