jueves, 16 de enero de 2014

CHARANGAS DE BEJUCAL: UNA TRADICIÓN POPULAR

Bejucal, Mayabeque, Cuba - El concierto transculturado de las tradiciones festivas españolas y africanas se encuentra en el fondo de las Charangas, realizadas al culminarse el Novenario de Aguinaldo, o sea, después de las nueve misas que anteceden a la Nochebuena y que concluyen el 24 de diciembre con la Misa del Gallo.
Es harto conocido el arraigo de las fiestas navideñas en nuestro país, celebrada quizás desde antes del Siglo XVIII, como día de asueto y abundante beber y comer. Como en muchas sociedades esclavistas, en Cuba se les concedió un día de “libertad” festiva a los negros, lo que constituía una descarga de tensiones en las relaciones esclavo-señor, y a la vez, una necesaria evasión hacia las fuentes de sus ancestros y sus culturas que les confortaban del miserable estado de sus existencias.
En la Habana y otra ciudades del interior se celebraba el Día de Reyes (6 de enero) como “saturnales de color”. En otros lugares, como en Bejucal, la Nochebuena resolvió esa necesidad de diversión de los esclavos y sirvió a los amos para atenuar las relaciones de explotación y violencia con el clásico aguinaldo. Partía de las autoridades administrativas y religiosas del señorío la concesión de permisos para la celebración de fiestas públicas y cabildos de nación.
Las Charangas de Bejucal nacieron de la más auténtica vena popular. En ocasión de la Misa del Gallo, y desde el inicio estuvieron cifradas por las procesiones festivas, los encuentros emulativos y las tradiciones músico-danzarias españolas y africanas.

La tradición charanguera por vías de lo religioso y su lenta evolución hacia lo profano es evidente. Importa apreciar también en su etapa inicial, la herencia dramática que siempre han ostentado las fiestas bejucaleñas y que se expresa hasta el presente en la representación sucesiva de las sorpresas con las cuales se intenta conformar un argumento. De esta forma, las piezas carroceras, la música y los séquitos o comparsas, organizan su presentación como crescendo emotivo.
Las favorables condiciones materiales y espirituales logradas a inicios del siglo XIX cimentaron las primeras manifestaciones de las Charangas de Bejucal, que como fenómeno social y cultural es un distintivo indudable en nuestra identidad.
La reorganización de los bandos y consiguiente nominación, fue la más directa consecuencia que recibieron las charangas de los cambios sociales y políticos acaecidos en Cuba con el establecimiento de la República. Los festejos alcanzan en los primeros años del Siglo XX, la madurez de todos sus componentes, tal y como las conocemos hoy.
Grupos de la burguesía criolla y ciudadanos sencillos que se habían manifestado, ya por su patriotismo, ya por su nacionalismo, contra el poderío colonial, abrazaron el bando de La Musicanga, convertido ahora en La Ceiba de Plata. Otros, siguiendo fielmente a sus antepasados, pero ya sin los motivos sociales, culturales o clasistas de aquellos, prefirieron La Espina de Oro, antes Los Malayos. No por ello las Charangas dejarían de ser blanco de divisiones, olvido oficial y manipulaciones politiqueras y mercantiles que enturbiaron y muchas veces decidieron su existencia.
Era el espíritu del pueblo que no podía prescindir de su identidad y su cultura. Por eso las Charangas seguirían siendo no sólo fiestas, sino ese espejo por donde transitarían la vida y el encuentro artístico-emulativo de los bandos.
Los años 30 fueron de indigencia y mutilación. Su influencia en las Charangas se tradujo en un deterioro en toda la organización de la festividad, un simbolismo poco original y formalmente no bien elaborado y un empobrecimiento general. Bejucal arrastró una crisis que se agudizaba por la indiferencia gubernamental, y abrazaba sus tradiciones como una tabla de salvación.
En 1934, como parte del reclamo público para reactivar los festejos, se recaba la ayuda financiera y organizativa del Ayuntamiento Municipal, el cual asume la dirección general de las Charangas. Rápidamente se lograron resultados favorables al estimular la construcción de las carrozas, la contratación de músicos, trajes y recursos en general.
El advenimiento del triunfo revolucionario en 1959, constituyó un verdadero vuelco en toda la cultura material y espiritual de la sociedad cubana. En cuanto al desarrollo de las charangas, tal irrupción actúa en una doble perspectiva: primero, como expresión de nuevos contenidos y nuevas formas, y segundo, como una renovadora concepción general de los festejos.
En el propio año 1959 se realizaron las Charangas de la Libertad Pro Reforma Agraria, donde los bandos se hermanan temáticamente para saludar la victoria revolucionaria y apoyar una de sus leyes más radicales y nobles. Se erradican por entero el juego y la prostitución, establecidos como condición ominosa de cualquier festejo en Cuba.
La comercialización de todo el panorama festivo, y aun, del encuentro de los bandos, víctimas del interés mercantil de la pequeña burguesía local, sucumbe cuando los festejos pasan al dominio del pueblo. Precisamente las carrozas de 1959, 1960, 1961 y 1962 son el producto de algunas nuevas fórmulas de cooperación y trabajo populares nacidas antes y con la Revolución. El trabajo voluntario fue una de esas soluciones que rindieron magníficos frutos en el nuevo espíritu que vivían las Charangas. El aporte de los sindicatos y otras asociaciones y colectivos laborales sentaron precedentes valiosos para la tradición.
El entusiasmo fue el signo dominante en todo el quehacer charanguero. A pesar de las crecientes limitaciones económicas, la voluntad y la alegría del pueblo hicieron únicos estos festejos, que se interrumpieron durante 1969-1970, por las grandes campañas productivas que acometía el pueblo.
Realizadas nuevamente en el verano de 1971, se interrumpen después para reaparecer en el mes de julio de 1975. Las causas de esos tres años de completa inactividad deben buscarse en los problemas económicos que sufría el país, la agudización del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba y las grandes tareas productivas de entonces.
Sin embargo, el camino más arduo y constante para cualquier tradición será siempre el de ensanchar los nexos y el protagonismo del pueblo en su obra cultural.
Las iniciativas de los bandos, la rivalidad en la creación y el arte, la “tipificación” de antiguos y nuevos personajes, la pulla musical o recitativa y todas las posibilidades de participación popular merecen del examen y la adecuación a las condiciones actuales.
Porque la sociabilidad del arte, además de condición primera, ha sido el fruto más alto de toda tradición popular. Por eso, Bejucal ha hecho a sus charangas y las charangas han hecho a Bejucal.
PERSONAJES.
Desde sus inicios, las charangas de Bejucal también contaron con personajes característicos y representativos, que poseían la función mítico-religiosa de ser auxiliares de los espíritus y deidades, portadores de mensajes ocultos que serían revelados a la comunidad al término o el advenimiento de las distintas estaciones del año.
Uno de los personajes danzantes de más arraigo en las charangas y que ha llegado hasta la actualidad es, sin dudas, la kulona, figura que remonta sus orígenes al lejano Congo.
Su voluminosa vestimenta de fibras vegetales y textiles, el torso semidesnudo cargado de collares, cuentas y adornos diversos, el tocado esencialmente con cuernos, y el rostro pintarrajeado con colores fuertes, le confiere un aspecto primitivo y algo salvaje, como representación de espíritus misteriosos de la selva, que confirman su función sacerdotal o sobrenatural al intentar esas encarnaciones zoológicas y vegetales.
También de fuerte genealogía conga, las mojigangas adoptaron aquí una de sus muchas variantes: el personaje vestido igualmente con fibras naturales o harapos y rostro descubierto; su danza es más animada que las del resto de las figuras. En la actualidad, la mojiganga charanguera tiene otros atributos que la distingue del resto: llevar armazón de alambres de un paraguas cubierto de trapos y otras fibras, y a veces, ciñe al cuello y a la cintura collares y cintas. Curiosamente, hacia 1912 hace su aparición una de las más estables y populares figuras de los paseos charangueros.
Con notable éxito, se le había visto participar en los carnavales de Bejucal, que eran también muy concurridos, pero nunca como las charangas. Para quien el disfraz era todo su personaje, los carnavales fueron un escenario propicio, pero solo en un ambiente realmente popular pudo alcanzar su consagración. Hoy nuestras fiestas no pueden prescindir de La Macorina. Su historia también es un mito. El personaje real, María Constanza Caraza Valdés (Guanajay, 1892 – La Habana, 1977) fue la que inspiró aquel famoso estribillo. Mujer de belleza espectacular, vida disipada y singular notoriedad. Abelardo Barroso con la Orquesta Sensación y otros muchos intérpretes popularizaron aquella melodía:
Ponme la mano aquí, Macorina.
Pon, pon, pon… Macorina.
Como figura de los desfiles charangueros, fue otro personaje que aquí forjó sus atributos y se convirtió en leyenda y verdadera creación artística. La verdadera identidad de Lorenzo Romero Miñoso (1880 – 1968) permaneció en el más hermético silencio hasta mucho después de su muerte.
Humilde obrero de la construcción en la Habana Vieja, sufrió un accidente que le privó de andar por algún tiempo. En pago de una promesa por el restablecimiento de su salud hecha a la Caridad del Cobre, consagró su vivienda como un templo a esta virgen. La casa, que aún se levanta en la barriada de Santos Suárez, municipio 10 de Octubre en Ciudad de la Habana, se le conoce popularmente como la Iglesia de los Caracoles. Siendo policía portuario o agente de aduanas en el puerto de la capital, traba amistad con algunos bejucaleños que lo invitan a sus fiestas. Hacia 1909 y 1910 participa en los carnavales. Las autoridades locales vieron a aquel hombre disfrazado de mujer como una amenaza a la moral y las buenas costumbres.
Una bata cubana con abundantes rellenos en el pecho y las caderas, máscara de mujer hermosa, pero sin sonrisa, un pañuelo en la cabeza, una sombrilla de paseo y un pañuelito para decir adiós o incitar a los caballeros, era su atuendo. El paso rítmico y breve, y el contoneo picante de sus muchas carnes, ganaron la simpatía del público.
En varias ocasiones, el pueblo en masas se presentó ante jueces y policías para liberar a nuestra Macorina.
A partir de 1912 comienza a desfilar únicamente en las Charangas, la mayoría de las veces en compañía de ceibistas, quienes con un pequeño tambor y algún cencerro recorrían la ciudad desde la tarde del 24 hasta la mañana del 25 de diciembre. Hasta su última salida, exactamente medio siglo después (1962), la Macorina que interpretó Lorenzo Romero Miñoso con su andar (nunca baile), constituyó un mito en nuestra festividad. Al morir, ni los hijos sabían el secreto de aquel maravilloso personaje que su padre había instituido en las Charangas de Bejucal. La Macorina, sin embargo, ha seguido en la tradición.
Vendedores de toda laya se incorporaban año tras año al bando de su preferencia con sus atributos y hasta instrumentos de pregón (campanillas, matracas…), imponiendo así su presencia en la festividad.
Sin duda alguna, las carrozas o piezas charangueras de cada bando, constituyen la mayor atracción, por ellas esencialmente, son distintas nuestras fiestas, ya que guardan diferencias sustanciales del resto de las carrozas carnavalescas y obras de plaza que se realizan dentro y fuera del país.
Dentro de una base ahuecada, tal como un enorme cajón rodante, esconden los mecanismos que harán ascender paulatinamente el resto de los elementos de las carrozas: las sorpresas. A la vista del público concentrado en la plaza del encuentro, se alza la verdadera carroza que horas antes ha estado recorriendo las calles con la conga, el séquito o comparsa y, fundamentalmente, el misterio de lo que traerá en su interior: el secreto de sus sorpresas.
Al llegar a la plaza, las carrozas charangueras comienzan a contender mostrando sus secretos, sus interioridades, como las más deslumbrantes joyas de arte popular. Ello constituye el centro de toda la celebración y de los meses que la anteceden: la revelación de temas y motivos artísticos o sorpresas.
De la belleza, magnificencia e ingeniosidad de tales recursos depende que el bando merezca los mayores aplausos. La rivalidad fue tensando esa cuerda y hoy, tanto la cantidad como la calidad de las sorpresas son la mejor expresión del trabajo de diseñadores y artesanos.
Un importante componente de las charangas es el factor músico-danzario: la conga, que es parte esencialísima de la festividad. Se ha llegado a decir: “sin conga, no hay charangas”, e incluso, en épocas de crisis económicas o conmociones políticas y sociales, en que era imposible la construcción de una carroza o pieza (como le denominan popularmente), el bando con su conga y sus numerosos seguidores, llevando sus adornos, banderas, disfraces y farolas, y lanzando fuegos artificiales, fueron lo único -y suficiente- con que pudo contarse para enfrentar al bando contrario y continuar la tradición.
El hervor musical y danzario que acompaña a la salida de los bandos con sus respectivas carrozas, y el encuentro de ambos en la plaza de la iglesia como clímax del desafío, producen no pocos coros espontáneos, en los cuales se lanzan “pullas” contra el bando rival. Estas improvisaciones cantadas llenas de ironía y humor criollo, de escarnio picante, sirven para ridiculizar al bando contrario.
La herencia músico-instrumental de los antiguos Malayos y Musicanga, evolucionó hasta conformar un timbre y un ritmo propio, perfectamente diferenciables de las congas cubanas, el ritmo siempre in crescendo, en constante entrecruzar de tumbadoras, quinto, rejas y bombo, la hacen vigorosa y potente como ninguna otra. La estructura sonora de nuestra conga permite cierta libertad de improvisación, aun en aquellos instrumentos destinados a conformar la base rítmica. De la capital a Matanzas, y de allá a sus pueblos del interior, hasta los colindantes con Bejucal por la zona este, era un periplo casi obligado para nuestras congas, que llegaron a institucionalizarse de tal modo, que aun en ceremonias solemnes se les veía participar con otros géneros menos festivos.
La estructuración organizativa que toma el pueblo al congregarse en dos bandos La Espina de Oro y La Ceiba de Plata responde, ya a la herencia familiar y a preferencias muy personales. La pertenencia a uno u otro bando está determinada por la educación que sobre la celebración haya recibido del medio social y familiar, sin que intervengan instituciones ni entidades, sino por simple relevo generacional. Ser espinista o ceibista, parte de conocer la acción o importancia cultural de la tradición, trabajar y participar en ella por uno de sus grupos.
Aunque cada bando fuera la expresión de una cultura divergente (lo afrocubano y lo hispano cubano), el intenso proceso de fusión, decantación y forja de nuestra nacionalidad las integró en una misma corriente, carne y espíritu de una misma sociedad.
Un aspecto controvertido ha sido lo relacionado con el origen de los símbolos que identifican a cada bando. Con el transcurso del tiempo, además de su nombre, aquellos grupos se fueron distinguiendo con atributos que los identificaban: Los Malayos, el color rojo y el gallo de lidia, y La Musicanga, el alacrán o escorpión (animal de mucho arraigo en los cultos afrocubanos, porque además, “gallo no come alacrán”, como reza el refrán) junto al color azul.
El mismo nombre de Los Malayos contiene los símbolos que identifican a ese bando: el rojo y el gallo, muy acordes al conglomerado humano que los enarbolaba. La Musicanga, por contraposición mítica y zoológica, opone el alacrán, y el color azul como lógico contrario del rojo malayo. No hay dudas de la autenticidad de los símbolos que han llegado a nosotros: alacrán-azul y gallo-rojo, que expresan un contexto clasista y cultural bien definido y propio de una etapa de confrontación y forja del espíritu nacional.
El espectáculo final, que tiene lugar en la vieja plaza de la iglesia, comienza desde muy temprano en las sedes de cada bando. Artesanos, músicos, figuras, bailarines, técnicos, personajes y hasta el pueblo, se reúnen para seguir y apoyar desde su salida de las naves donde fueron construidas las carrozas.
El desfile por las mismas calles cada año se convierte en la antesala del espectáculo cumbre de las charangas. Otra parte del pueblo espera impaciente la aparición en la plaza, de la bandera, azul o roja que anuncia la llegada de cada bando al ruedo.
Fuegos artificiales, risas, gritos y el fuerte sonar de las congas de cada bando, anuncian a los impacientes espectadores que ya comienza“LA GRAN NOCHE”
Una vez situadas las carrozas en sus posiciones, donde se han ubicado desde sus inicios, se llevan a cabo los últimos ajustes de lo que será una noche inolvidable. La música de reconocidas agrupaciones ameniza la plaza mientras los dos bandos se preparan para la pelea. Cuando está ya todo listo, una cerrada ovación, luego transformada en silencio bicolor da comienzo al desfile de las sorpresas. Cada bando, de manera alterna muestra una por una las armas que trae para derrotar a la carroza rival, poniendo el sabor de sus congas al terminar cada una de las evoluciones. Este momento es aprovechado para cantarle al bando contrario cosas como estas:

Anoche, ¿qué te pasó?
¿Se te aflojó la rodilla?
No te vi sacar el gallo
Ni montado en la camilla.

La Ceiba no tiene gracia,
Ni tiene na’ que comer,
Por eso van a vender
El alacrán en la plaza.
Al terminar este desfile de colores bien logrados por los artesanos y constructores de cada una de las piezas charangueras, por los arriesgados bailarines y bailarinas que hasta en alturas escalofriantes ponen su movimiento como complemento de la perfección, el pueblo premia a ambos bandos con un aplauso ensordecedor. Es en este momento cuando las congas azul y roja se unen para arrollar por las calles de Bejucal, sin reparar en la llegada del nuevo amanecer.
Una gran velada artístico-cultural tiene lugar también como parte de las fiestas tradicionales bejucaleñas, los viejos charangueros entregan banderas y otros símbolos a los nuevos presidentes y demás miembros de los Comités de cada bando.
No faltan iniciativas, regalos entregados de los miembros de un bando al otro, canciones y “pullas” que no pretenden nada más que ridiculizar al bando contrario y tratar de ganar nuevos admiradores para su color, para culminar en el jubileo masivo de congas y farolas por las calles. A este acto también se le denomina apadrinamiento de los bandos.
A finales del Siglo XVIII, cuando se conforma en la ciudad la arteria comercial en la calle Real (actual calle 9), una red de comercios y establecimientos públicos constituían la base comercial de los festejos, su aseguramiento material, así como vendedores que derivarían en personajes típicos de extraordinaria popularidad.
“La negra Josefa”, personaje carismático, heredero de aquella época a que nos referimos, “vendía buñuelos con ‘melao’ y casabe”… “con un tablero que colocaba a la puerta de su humilde casita, y la gente bailaba y cantaba saboreando los ricos buñuelos de Ña Josefa”.
Este ejército de vendedores ambulantes, algunos de ellos verdaderos actores, se sumaron con sus mercancías, pregones y originales acompañamientos de pregón (campanillas, matracas, cencerros, pitos y sonajeros diversos) al bando de su preferencia, tal y como sucede en la actualidad con las figuras del yerbero, la mulata, el frutero, la bollera y demás personajes, pero con una connotación cultural.
Otro de los grandes y míticos personajes reales de la formación de la identidad cultural de su pueblo fue José de la Concepción Macareño, Solvé, el último exponente genuino de ese actor popular que hasta 1988 encarnó su antigua y real profesión: pregonero, y el lugar en l la fiesta que él mismo supo conquistar
se por más de medio siglo.
Para acercar al público, a los aspectos más esenciales de estas fiestas tradicionales cubanas, cuyas características las identifican y las hacen diferentes de otras fiestas, tanto en Cuba como en el resto del mundo, los intelectuales bejucaleños han publicado varios libros sobre el tema.
“De la mágica cubanía: Charangas de Bejucal” escrito por Omar Felipe Mauri, un bejucaleño maestro de profesión, que ha dedicado su obra al desarrollo de la Cultura Nacional a todos los niveles de nuestra sociedad. Miembro además y presidente de Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en la provincia La Habana y diputado a la Asamblea Nacional.
El libro publicado por Ediciones Unión en al año 2000, recreó aún más toda la historia de nuestras festividades brindando al lector detalles de las mismas desde sus inicios. Este narrador, ensayista y poeta, premio Nacional de Literatura Infantil “La Edad de Oro” por sus libros de cuentos para niños, nos invita a conocer las Charangas de Bejucal, “desfile alegre y catártico” a través de un análisis artístico-cultural de la transformación de las charangas, donde las condiciones socioeconómicas, la confrontación popular y el factor músico-danzario conforman la tradición, el testimonio y la historia de una mágica cubanía.
Otro libro publicado es “Africanía en las Charangas de Bejucal”, de la Editorial La Habana y el Sello Unicornio, escrito por la Doctora en Ciencias Históricas Aisnara Perera Díaz, Investigadora, Historiadora, Escritora y Asesora Literaria de la Dirección Municipal de Cultura de Bejucal, ganadora de Premio Razón de Ser , auspiciado por la Fundación Alejo Carpentier; Premio Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau; Premio Iberoamericano de Ciencias Sociales; Premio Regino Botti en la modalidad de Investigación Histórica, del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Guantánamo, entre otros reconocimientos.
La museóloga e investigadora Beatriz Rodríguez Hernández cuenta entre sus proyectos investigativos con “Iconografía de las Charangas de Bejucal”, muestra fotográfica, testimonio de una época, que da fe de una realidad que existió.
La descripción de imágenes que podemos apreciar en el trabajo tiene el propósito de perpetuar en el tiempo los hechos más significativos de las fiestas populares más importantes del occidente del país y con ello proteger el patrimonio intangible de Bejucal.

Otro proyecto importante es del periodista Manuel Morales Hernández, “La fiesta popular Charangas de Bejucal como expresión de la cultura comunitaria en la etapa revolucionaria”, dnode el autor nos ofrece una panorámica general de las características más relevantes de la comunidad y su fiesta más importante devenida en patrimonio inmaterial.
La MsC. Annelys Alfonso Concepción, tiene entre sus investigaciones un “Plan de acciones para fortalecer la identidad comunitaria de los bejucaleños hacia las Charangas como tradición popular”. Teniendo en cuenta la relevancia sociocultural de las Charangas, no solo para Bejucal, sino para la provincia y para toda Cuba, así como la importancia de perpetuar los elementos identitarios que las tipifican, como expresión de identidad.

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