domingo, 8 de julio de 2018

UNA CRONICA PARA LA VILLA DEL HUMOR


























Hoy preferí amanecer más cerca del Ariguanabo. Quise unirme al bardo y dejarme acariciar por la gracia de esta gente de pueblo tan singular.
Sin el verdor del espeso monte, la quietud de un río enigmático, las frías mañanas con olor a tabaco y la loma que vio deslizarse a más de un chiquillo en improvisada chivichana, ¿cómo sería esta villa?
Los hacheros supieron de la riqueza de un bosque inmenso. Una taberna se hizo al camino cansado de hombres de aquí o de allá. De franceses, de canarios, de criollos es este paraje que recibió bautizo en 1794.
San Antonio Abad, de los Baños, del humor, de la caricatura política, del cine de tres mundos. De un bobo y un loquito, de un grande paisajista, de un trovador y su unicornio, de míticas figuras, de mujeres, de jóvenes, de hombres orgullosos de su nacimiento.
Las ceibas, las yagrumas, la sencillez de un pueblo que disfruta su vida. Este día de cultos y populares ritos para entrar a la historia y quedarse en su canto. Para acunar poetas, colibríes inquietos, voces y manos en un solo teatro.
Vuelve el camino aquí. Se yerguen los artistas. Sus lienzos, sus talleres, sus pinceles, sus pieles. De metal o madera, de hilos y de danzas, ballet o sinfonía. Y sigue la armonía en la radio que une, con color de sonido a tanta gente hermosa, más allá de unas coplas, en el ciber despierto, el espacio y el tiempo.

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