CALIDAD VS RESPETO
Bejucal, Mayabeque, Cuba - Hace algunos años un lema identificaba a la
gastronomía de la Isla: la calidad es el respeto al pueblo. La frase, evocada
en su momento por el gran visionario que fue Ernesto Che Guevara, sentenciaba
lo esencial de ser exquisitos con cada detalle en una rama tan delicada, como
poco tenida en cuenta por algunos administradores y expendedores de alimentos.
Razonar sobre lo imprescindible de cumplir
estrictamente las normas reglamentarias en los centros de elaboración,
cafeterías y restaurantes es respetar la integridad física y moral de quienes
consuman lo que en esas unidades se despacha a la población.
La gastronomía es una de las labores que
más higiene requiere por parte de quienes la ejecutan, y no está de más
reiterar que allí el lavado de las manos es fundamental, como también lo es
usar el vestuario protector –dígase gorro, tapaboca o guantes- para alejar
cualquier microorganismo del contacto con lo que se elabore, que igualmente
debe cumplir las más elementales normas de conservación en frío o de cocción,
así como de perfecta pulcritud de verduras, frutas, panes, dulces y de los
utensilios empleados.
La imagen de un cocinero o de un camarero
debe ser impecable, como también debe serlo la del sitio escogido para degustar
un apetitoso plato o un humilde bocadillo.
Vista hace fe. Todos coincidimos en esa
suerte de ver para creer, de querer constatar lo que nadie podrá obligarnos a
admitir por cierto sin nuestro propio criterio. El alimento, esa necesidad de
cada ser vivo, que los humanos hemos modificado en la misma medida que
evolucionamos como especie, nos diferencia. He ahí entonces que de solo
acercarnos a un lugar y ver cómo se elabora lo que a continuación podemos
llevar a la boca o la presentación de una mesa con todos sus requerimientos, da
al traste con la idea que definirá si aceptamos quedarnos o retirarnos de
inmediato.
Sobre quién se queda y quién se va también
puede llevarse un récord. La estadística hará efectivo el resultado para los
comensales, pues no todos tienen similares exigencias. Hay quien confunde las
buenas costumbres por las urgencias de la vida cotidiana. No siempre podemos
pretender lo óptimo, o mejor: deberíamos entender qué puede ser lo óptimo en
cada circunstancia. Y es que hay pautas que jamás deben violentarse.
Cuando el cocinero no cumple las medidas
básicas es porque alguien no se ocupa de garantizarlas y de reclamarle su
acatamiento. Lo mismo ocurre con quien vende en un establecimiento en divisas o
por cuenta propia. Jamás quien despacha puede ser quien cobre, debe existir, al
menos, un elemento que aleje el dinero de las manos o la comida de esas mismas
manos. Pero, ¿quién lo exige? ¿Cómo puede hacerse cumplir un reglamento tan
estricto?
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